Los últimos en llegar fueron los que procedían de Galicia, lo suyo con aquellos autocares y carreteras de entonces se convertía en una odisea.
La mayoría, tardaríamos poco en ir adaptándonos. El tiempo en adaptarte era inversamente proporcional a las carencias que cada uno tenia en su casa, comparado con las portentosas, amplias y nuevas instalaciones de Cheste. A mas carencias en casa, menos tardabas en acoplarte a la nueva familia...
El primer año no podíamos salir del centro, salvo las excursiones programadas con los educadores que siempre tenían un fin educativo: visita al puerto, al Miguelete, visita a fabrica de helados, a fabrica de lapiceros...
Por primera vez con once años vi el mar. En el puerto del Grao y luego paseando por la playa de la Malvarrosa, sentí una extraña sensación al ver tanta agua. Agua hasta donde me alcanzaba la vista. Agua hasta fundirse en el horizonte con el azul del cielo. Demasiada agua para quien durante tanto tiempo solo había visto tierra.
Los sábados y los domingos por la mañana, durante aquellas primeras semanas, no podíamos evitar darnos a la exploración de el enorme campo que por todos los lados teníamos. Desde las residencias hasta la alambrada que perimetralmente cercaba la Laboral. Pese a estar prohibido y correr el riesgo de que alguno de los vigilantes con uniforme de guarda forestal que hacían ronda a lo largo y ancho de las instalaciones y el campo que las rodeaba; algunos no podiamos refrenar nuestra curiosidad. El ansia de conocer y de hacer algo prohibido de nuestros once añitos, era muy superior a nuestra capacidad de raciocinio y autocontrol.
Cuatro o cinco de mi habitación, formamos una cedula indivisible e inseparable que tardaría poco en recorrer todos los rincones agrestes, subirse a no pocos de los imponentes algarrobos que había por doquier, descubrir alguna choza de piedra en algún momento refugio de pastores o agricultores de la zona y otrora abandonada a nuestras escapadas; cambiando su inicial razón de ser refugio por el de juguete pétreo de aventureros ocasionales. Por descubrir, descubrimos que entre algunas de las piedras que conformaban vallas que algún día fueron lindes entre fincas y que ahora no pasaban de ser un montón de piedras abandonadas, sin ningún otro significado ni utilidad; se escondían alacranes.
Yo, un chaval de ciudad, no tenia ni idea de que eran aquellos extraños bichos que caminaban con la cola hacia arriba. Mis maestros y compañeros de correrías, procedentes de lugares sin bloques de viviendas de protección oficial y alguna proximidad a la naturaleza, se encargaron de informarme de su peligrosidad.
- Si te pican, como no te lleven rápido al hospital te mueres con el veneno que te meten en el cuerpo...
- ¡Si lo rodeas de fuego, se pica el a si mismo para no morir quemado...!
Eran días de mucha euforia, de contarnos de todo y sin tregua, por lo que yo a veces, en aquellos tiempos, puse muchos comentarios de mis colegas en cuarentena. Los guardaba dentro con una duda interior razonable: “¿Se envenena el solo antes de sentir el fuego?... eso habría que verlo...¿Y como se envenena si ya lleva el veneno dentro...?”. En mi interior se mezclaba la duda del desconocimiento y el miedo a parecer mas tonto que los demás. Esta mezcla producía un silencio, por mi parte, o alguna exclamación con duda incorporada, pero con mas tintes de broma o ironia que de duda.
Poco a poco recorrimos todo lo que se encontraba dentro de la valla perimetral que no era poco. Llego un momento en el que ya no representaba demasiado caminar por un territorio prohibido, que ya conocíamos metro a metro, barranco a barranco y árbol a árbol. No tardaríamos mucho en marcarnos nuevos objetivos. Nuevos retos que luego poder contar al resto de compañeros.
Siempre he creído que tantas y tantas acciones no tienen otra justificación que poder contar después a alguien que lo hiciste.
Algo así, acabo siendo el ir a los comedores a robar pan. Empezó
siendo consecuencia del hambre con que nos quedábamos y acabo siendo una descarga de adrenalina nueva y con mucho que poder contar, una vez finalizadas las incursiones.
El primer riesgo y dificultad a vencer era llegar a los comedores a deshoras sin ser detectado por vigilantes, personal docente o por las propias trabajadoras de las cocinas y los comedores. Después encontrar alguna de las puertas de los comedores abierta, por donde poder colarte para a hurtadillas llegar a la primera mesa que ya tuviese pan en la bandeja y rampar con lo que pillases y salir zumbando para, deshaciendo el camino andado, encontrar algún rincón donde apalancarse sin ser visto; desacelerando el corazón y compartiendo el botín con el resto de colegas de expedición.
Cuando a veces conseguíamos coger una barra entera, sin partir, podíamos comprobar la flexibilidad de aquel pan. Uníamos los dos extremos de la barra, sin que esta llegase a romperse. Con mucha justicia le dimos el nombre de pan de chicle. ¡Que bien nos sabia! Y con que gusto lo engullíamos. Aquella vivencia avala eso de que no es mas feliz el que mas tiene, sino el que es feliz con lo que tiene... Aquel currusco de pan robado, compartido con los amigos, ¡Gloria pura...!
Otra de las acciones de riesgo que acabamos perpetrando fue la de
robar paquetes de galletas Río (las del agujero en el centro y azúcar por fuera), en la cafetería. Antes de entrar los domingos en el paraninfo a ver la película de cine y aprovechando la avalancha d muchachos tratando de comprar algo. Avalancha imposible de ser atendida por la exigua presencia de personal para vender detrás de la barra.
Al final también tengo que dar la razón a los que dicen que Dios los cría y el viento les amontona... El grupito estaba formado, por los mas rebeldes, los mas desposeídos, los de siempre... los que se sienten vivos bordeando las normas y buscándose la vida...¿Qué galletas me podía comprar yo con los cinco duros que tenia en la cartilla para todo el curso...?, ¡Había mas domingos que duros ahorrados...!
(Continuara...)
Grandes y fuertes vivencias para un chaval vivo y principe de San Blas como la grande del pueblo la ""Esteban"" (por cierto ayer fatal pero perdonable es de San Blas), me gusta la descripcion de como puede matar y morir el escorpion, y por no decir el secuestro del pan,todos hemos tenido nuestros pequeños coqueteos con los hurtillos algunos por necesidad y no tener nada mas que 5 duros en la cartilla te durarian toda la vida seguro. Q ue tiempos aquellos, que ricas las rosquillas |||RIO||| te ponias el meñique lleno de las rosquillas y a morder rosquilla por rosquilla riquisimas.
ResponderEliminarMe encanta que sigas recordando tu pasado y no te canses de contarnos, aunque se que a veces no te apatece escribir pero yo seguire insistiendo.
Besitos que te quiero, y hoy te perdono el ir a andar.
Los alacranes no, si acaso alguna rata que otra en los sótanos de San Blas, en los que tampoco podian jugar lo niños, que te gusta un prohibido...y claro, por no demostrar que tú no sabias tanto como ellos, no probaste si era verdad lo de que se envenenaba así mismo, nuca lo radeaste de fuego?. Que tiempos, pan de chicle, sopa de mocos etc. etc.y no sería porque entonces eramos escrupulosos, es que verdaderamente se esmeraban bien poquito.
ResponderEliminarSigue escribiendo, una vez a la semana se hace aunque no tengas ganas. La tia rapera
EL ESTIGMA DE CAIN
ResponderEliminardios los cria y el viento los amontona,que no tio que es el estigma de cain
Caín había sido un hombre noble, pero incomprendido y Abel un cobarde y que debido al estigma que Caín llevaba en la frente, han inventado el resto de la historia
MIRAROS EN LA FRENTE!!!
je su lin