jueves, 6 de agosto de 2009

RECUERDOS DEL FURURO PASADO


1.2. San Blas, de protección oficial. (1ª parte)

Como si de una premonición se tratara, a Serafín obrero procedente del ámbito rural, con carnet de familia numerosa, le conceden un piso de protección oficial en el barrio del Gran SAN BLAS… que casualidad, San Blas el patrón de El Campillo de la Jara cuya festividad creo que tiene lugar en febrero.

Una vez mas pasearemos por Wikipedia para, de forma rápida y resumida, situar el Gran San Blas a todos aquellos que seguramente no han oído hablar de el. Cosa por otro lado algo difícil, ya que suele ser caldo de cultivo de noticias dramáticas, de amigas adosadas y madres de hijas de famosos… que copan los medios de comunicación en sus programas de vísceras y corazón.
San Blas es un distrito del este de Madrid capital, organizado administrativamente en los barrios nombrados como Simancas, Hellín, Amposta, Arcos, Rosas, Rejas, Canillejas y Salvador.

Tiene carácter tanto residencial (Simancas, San Blas) como industrial (Zona de Hermanos García Noblejas, Julián Camarillo, proximidades de la Carretera de Barcelona).
Su población a 1 de enero de 2005 era de 149.909 habitantes.
El distrito tomó su nombre del barrio de San Blas. Este barrio es la suma de catorce parcelas de promoción pública, cuyo origen hay que buscarlo en el Plan de Urgencia Social de Madrid (
1957), que preveía en el sureste de la ciudad la construcción de veinte mil nuevas viviendas.

Su operación más potente fue el Gran San Blas, que nació en 1958 de la mano de la Obra Sindical del Hogar. Compuesto inicialmente por cuatro parcelas, posteriormente se le irían añadiendo el resto, en su entorno -poblados dirigidos, poblados absorción, colonias benéficas construidas los días de fiesta por sus futuros inquilinos, etc.- constituyendo, en suma, un autentico muestrario de "soluciones oficiales" al problema del alojamiento obrero.

La población inicial -parejas ya constituidas con hijos pequeños- proveniente del medio rural, pronto comprueba que el "mayor barrio obrero de España" es un conjunto de viviendas minúsculas (aproximadamente 45 m²), de mala calidad constructiva, sin las dotaciones previstas y sin urbanización ni transporte. Es un barrio lleno de dificultades pero también de solidaridad. El movimiento ciudadano que allí nace conseguirá, gracias a su tenaz lucha reivindicativa a lo largo de los años sesenta y setenta, que los poderes públicos atiendan sus demandas de escuela, parques e infraestructuras que no existían en la zona.

La llegada de la democracia supuso la culminación de las reivindicaciones sobre la vivienda: se remodelan dos parcelas y se repara prácticamente todo el resto. Pero nuevos problemas aparecieron en los ochenta. El peso de la población joven -los hijos de los primeros pobladores- es de los más altos de la capital. Emerge con fuerza en el barrio el problema de la droga; se registran altas tasas de fracaso escolar y el trabajo escasea. Los entornos familiares, con un elevado nivel de hacinamiento, soportan índices de paro muy elevados; especialmente paro juvenil, pero también entre los padres, afectados por la reconversión industrial. Los roles familiares se modifican y el trabajo de las mujeres -abandonado al comienzo del programa familiar- suple la insuficiencia de ingresos familiares. El movimiento vecinal, menos potente que en décadas anteriores, gira su foco de interés hacia el problema juvenil y su abordaje integral.

A lo largo de los noventa, los jóvenes que no abandonaron el barrio y otros nuevos encontraron acomodo en un parque de viviendas públicas -transferidas ya a la comunidad autónoma (1984, IVIMA)- que son objeto de campañas de amortización anticipada y regularización de ocupantes. Algunos de los primeros pobladores del barrio -hoy abuelos- parecen haber completado un ciclo: tras colonizar y dignificar el barrio, han vuelto a su lugar rural de origen y sus hijos ocupan hoy su vivienda, remodelada, o reparada.

En el entorno sur del distrito, desaparece finalmente el núcleo chabolista de la avenida de Guadalajara. En su lugar -calificado en el Plan General de Ordenación Urbana del 85 como el "ensanche este" de Madrid-, se levantan viviendas, ocupadas por jóvenes parejas de clase media (barrio de Las Rosas). Este nuevo ensanche es, sobre todo, el responsable de crecimiento poblacional del distrito, pues el barrio de San Blas pierde población. Para el futuro, el perfil social de la zona, por el inevitable rejuvenecimiento poblacional, tendrá poco que ver con el de sus primeros pobladores.

Nuestra llegada al Gran San Blas, ya procedentes de Alcorcón, es a principios de los sesenta. Efectivamente el barrio estaba sin acabar. Los sótanos de los bloques construidos, eran grandes agujeros sin cerramiento a disposición de las ratas y de los jóvenes mas arriesgados; donde se escondían para fumar o para jugar al escondite y donde en mas de una ocasión los padres acudían al rescate de algún despistado que en medio de la oscuridad, caía en el fondo de los sótanos sin posibilidad de subir a la superficie.

Las cocinas de carbón se alimentaban también de los innumerables tablones de obra que habían quedado abandonados y que podías encontrar en los sótanos, en los descampados entre las casa construidas o a la vuelta de cualquier esquina. Los escombros y los tablones de obra eran la flora del barrio y las ratas una fauna que campaba a sus anchas, sobre todo a la caída del sol.
La calle Pobladora del Valle, una de las principales arterias del barrio de San Blas, albergaba una hilera de puestos construidos con tablones y alumbrados con carburo o petróleo, donde se vendía de todo… menos la dignidad. Era el embrión de lo que serian los comercios del barrio.

Días fríos y grises, calles de miseria, donde coexistían la alegría de disfrutar de un piso concedido por Franco con la realidad de no tener que llevarse a la boca. La algarabía de niños desarrapados junto a las caras compungidas de los obreros y sus esposas que habían dejado el campo en busca de un futuro mejor. Hacinamiento en los pisos de la “Obra Social”. Familias inmensas, algunas con abuelos incluidos, unos casi encima de otros compartiendo colchones de lana traídos del pueblo. Colchones que al poco tiempo se convertían en el mejor cobijo para la miseria, desde donde partía un desfile nocturno de un multitud de parásitos: piojos y chinches repletos de sangre roja que picaban como demonios; interrumpido el sueño sobre todo en las calurosas noches de verano.

¡Como si no les sacasen ya suficientemente la sangre durante el día a esa prole de parias marginados!



continuara...

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