jueves, 10 de septiembre de 2009

¡¡¡AUXILIO!!!... SOCIAL... 2.1 El Azul (2ª parte)


Después de la ducha, me dieron una camisola, unos pantaloncitos cortos y unas sandalias. Bajamos del enorme cuarto dormitorio, en filas de a dos, a otro gran salón donde sobre las mesas destacaban de forma ordenada un vaso metálico de colorines con un trozo de pan a la derecha. Una vez que todos los niños estaban de pie delante de su silla, note como sin mediar palabra me asían por el brazo y me posicionaban delante de una silla vacía. Nuevamente la mirada de los que ya estaban en esa mesa se fijaba en mí, en el nuevo. Rezo y agradecimiento a Dios por los alimentos que íbamos a recibir.

Dentro del vaso ya habían servido un liquido marrón clarito, templado que no savia a nada y que teóricamente era leche. Esperé a que mis compañeros de mesa actuasen para seguir sus pasos. Estos no tardaron en llevarse el currusco de pan a la boca para ayudarse a partirlo con los dientes. Estaba demasiado duro para tan pocas fuerzas. Según conseguían trocearlo, metían los trozos en el vaso consiguiendo una especie de sopa. Hice paso a paso, sin dejar de mirarlos, lo mismo que ellos. Al poco de ir echando trozos de pan en el misterioso liquido marrón, uno se sorprendía con que rapidez desaparecía este para convertirse aquello en una esponjosa masa.

Terminado el desayuno y a la voz de mando de una de las monjas, la chiquillería se levanto de las sillas como si estas tuviesen un resorte. El ruido de arrastrar cada uno su silla para dejarla metida en la mesa, era estruendoso. Como si de autómatas se tratase, los niños volvían a formar dos filas para salir del comedor.

- ¡El nuevo! Martin. ¡Venga para acá! – grito una de las mujeres uniformadas que durante el desayuno no habían parado de dar vueltas por entre las mesas.

Yo me acerque cabizbajo hacia ella, como el cordero que llevan al matadero sin saber lo que le espera.

Volvimos a subir al dormitorio. Lo estaban fregando otras señoras con el mismo uniforme, que cruzaron palabras y risas con la que me llevaba.

Sentada en una de las camas, empezó a hurgarme en la cabeza separándome el pelo con sus dedos. Me hacia daño. Fruncí el rostro pero de mi boca no salió ni un solo quejido.

- ¡Este niño tiene piojos! – les vocifero a las que estaban fregando.

La suerte estaba echada… Me raparon el pelo y rociaron mi cabeza con un líquido que me abrasaba. El llanto no se hizo esperar. La cuidadora, mientras me envolvía la cabeza con un trapo que acabo anudando, trato de consolarme:

- No llores, esto te escocerá un rato y se te pasa. Es la única manera de que los bichos que tienes en la cabeza se mueran… y no se los pegues a los otros niños…

Me tuvieron con la cabeza tapada varios días. Necesite poco tiempo para, a pesar de mi corta edad, darme cuenta que aquello no era un hogar; aquello era un campo de concentración. Con el paso de los primeros días y de las primeras noches durmiendo en el colchón mojado con mis orines de niño de cinco años, descubrí porque lo de “Azul”. En los jardines, en el lateral izquierdo desde donde se podía ver otro colegio para niños mas mayores (el Batalla de Brunete), había una especie de fuente de la que en los dos años que estuve nunca vi salir agua, pero que tenia dos enormes franjas azules rodeando una blanca donde se encontraba la silueta de un sol de cuyo centro sobresalía un caño. Pasaría tiempo, mucho tiempo hasta que pude encajar el recuerdo de aquella fuente con la bandera Argentina.

En la parte trasera del edificio principal, donde se encontraba el comedor y los dormitorios, tras pasar un amplio patio exterior estaban las clases donde diariamente nos enseñaban a rezar, canciones y caligrafías de letras y de números. A la derecha del edificio de una planta donde estaban las clases, se situaba una piscina vacía en cuyo interior pasábamos los recreos vigilados por señoras uniformadas.

En el Azul había niños de tres a seis años, dentro de la organización del Auxilio Social, le correspondía la denominación de Hogar Infantil. Era el estadio intermedio de lo que llamaban Hogares Cuna donde atendían a menores de tres años y los Hogares Escolares donde te llevaban cuando cumplías los siete años y comenzaban con educación político-militar mas intensa, entendiendo que ese era el momento de formar a los hombres del mañana con una buena base Nacional-Sindicalista. Después de los Hogares Escolares y ya solo para los que eran mas católicos o alumnos aventajados, estaban los Hogares de Aprendizaje o de Estudios en función de si te preparaban para el aprendizaje de un oficio o para seguir estudios de lo que se llamaba Enseñanzas Medias (el bachillerato). Este último yo, afortunadamente, no lo conocí.

En los Hogares tenían preferencia “los Caídos, los Mutilados, los Excombatientes y cuantos en la forja ardiente de un nuevo orden Nacional sufrieron desventuras tan hondas como la orfandad y el desamparo” (Cantero, 1948, p.73). Las personas que se encontraban en alguna de esas situaciones eran considerados “Huérfanos de la Revolución y de la Guerra”, y por ello, tenían reservado un 50% de las plazas. El 50% restante se repartía entre “los huérfanos de padre o madre y los necesitados de familias numerosas o hijos de padres que huyeron de España o están cumpliendo condena” (p.51). Yo pertenecía al segundo 50% en dos de sus vertientes: huérfano de madre y necesitado pero que muy necesitados, de familia numerosa…

Los domingos la visita. Algo que acabas acostumbrándote a esperar todas las semanas. La familia, un poco de cariño y aire fresco del exterior.

A primera hora de la tarde del domingo iban llegando los familiares arremolinándose en la calle a la entrada del internado. Con el tiempo y algunos domingos viendo las mismas caras y sintiéndose parte de una misma causa, a la espera de que llegase la hora de “la visita” y abriesen las puertas, los mas puntuales y regulares se daban las buenas tardes y cruzaban alguna que otra palabra. Eran tiempos de desconfianza. De pocas palabras y menos amistades.

Los niños deambulaban por el patio posterior, entre el edifico principal y el de las clases, a la espera de que de un momento a otro comenzaran a aparecer los familiares. Empezase la visita. Ese momento en el que uno reconoce a los suyos de entre los que a lo lejos aparecían y salía corriendo para abrazarlos; y cuando ya llevas un cierto tiempo interno, para inmediatamente después del abrazo y los besos preguntar sin dar tiempo a nada más:

- ¿Qué me has traído…?

En las primeras visitas, todo de negro, mi hermana Elena y la abuela Pascuala. Corpulenta, firme, un beso en la cabeza y pocas palabras.

- ¡Que grande es esto! ¡Cuantos niños! – una pequeña pausa para lanzar acto seguido una pregunta al aire, en un tono que daba a entender que no le hacia falta respuesta alguna. Como si la respuesta la conociese de antemano.- ¿Qué tal estas aquí…?

Lo que quedaría para siempre grabado en mi retina, fueron aquellas primeras despedidas. Cuando las monjas paseaban por entre los familiares que habían venido a vernos con sonrisa forzada y tocando una campanilla vociferaban: “Hora de marcharse las visitas… Se acabo el tiempo de visita…Vayan dejando los familiares a los niños”. Los que ya llevaban tiempo internos, se despedían de la familia de forma silenciosa, sin dramas. A lo más saltaba alguna lágrima provocada seguramente por la idea de tener que esperar tanto tiempo: una semana, una eternidad para volver a verlos, para volver a recibir una caricia.

Yo no podía disimular mis ganas de irme, de volver a mi casa. Eran muchas las lágrimas que había vertido en tan corto espacio de tiempo. Eran muchas las soledades y mas todavía la tristeza, el desamparo. Tarde mucho tiempo en romper la rutina de llegada la hora de tener que irse la visita no tirarme al suelo llorando y agarrándome con mis dos pequeños y delgados brazos a la pierna de la abuela Pascuala. Como una tenaza en la gruesa y torpe pierna enfundada en una áspera media negra, imposibilitaba el movimiento de mi abuela a la vez que entre sollozo y sollozo, gritaba:

- ¡No te vayas abuela! ¡No me dejes aquí… llévame contigo! ¡Quiero irme a casa!

Sin duda que al ser tan clamorosa mi despedida, llamaba la atención silenciosa de mis compañeros que también habían recibido visita y de sus familiares. Al poco la reacción de las monjitas llegaba en forma de mirada cargada de falsa complicidad a mi abuela, acompañada de una todavía mas falsa, tenue y cálida voz instándome a que depusiera mi actitud:

- Venga… suéltale la pierna… deja que se vayan… que os vamos a dar ahora la cena.- Hasta ahí yo seguía con mis gemidos agarrado cada vez mas fuerte a la pierna de mi abuela como si de una garrapata se tratase.- Si aquí estas muy bien… venga suéltala que te vamos a dar un caramelo…
- ¡No, no la suelto! ¡Yo me quiero ir a mi casa…! ¡Aquí me pegan!

Solía ser mi respuesta aclaratoria a tanta falsedad. Acto seguido, alguna otra monja o alguna de las mujeres uniformadas que se habían ido acercando al lugar del escándalo, procedían a intentar desenlazar mis brazos de la pierna de la abuela mientras continuaban mintiendo:

- ¡Que cosas tiene este niño…! ¡Como te vamos a pegar… con lo mucho que os queremos…!¡Anda suelta y ponte de pie que te doy un caramelo…!

Al final todos acababan consiguiendo su objetivo: las monjitas conseguían liberar la pierna de Pascuala y evitar que el escándalo fuese a mas, Pascuala podía volver con mi hermana al tranvía de vuelta para San Blas y yo, con el tiempo, al ver repetirse domingo tras domingo esta situación de perdedor total, decidí que no merecía la pena seguir intentándolo máxime cuando domingo si domingo también, después de montar mi numero para tratar de conseguir volver a casa sin ningún éxito y después de haberse marchado la visita, las tortas y azotes en el culo eran los únicos “caramelos” que probaba. La frecuencia del castigo físico a tan temprana edad, fue el primero de los pasos para que empezase perdiendo el miedo y el respeto a la autoridad por la fuerza. Aprendí en esos días a esquivar golpes y cubrirme la cabeza y la cara con los brazos, poniendo los codos; consiguiendo en ocasiones que se hiciese mas daño, en las manos, quien me golpeaba que el daño que trataban de infligirme.

Los domingos sin visita eran si cabe más largos y mas tristes. Te unías a los que nunca tenían visita, que los había y no eran pocos, para realizar algo que ellos dominaban con maestría: deambular por entre los grupos de familiares que habían venido a visitar a los suyos, para esbozando una leve sonrisa y poniendo cara de pena tratar de conseguir que te dieran algo. Un caramelo en el mejor de los casos y una sonrisa o una pasada de mano por la cabeza, en el peor de los casos, cuando no tenían nada mejor que poder darte.

Recuerdo alguna tarde de domingo, sin visita, en la que nos acercábamos a la madre de Juanito un niño al que no le fallaba nunca la visita de su madre y entre los setos y arboles de los jardines aledaños se despachaba a hurtadillas unos bocadillos que le traía regularmente su madre, que eran la envidia y admiración de todos nosotros; sobre todo conocedores del mensaje de las monjitas a las familias de que no tenían que traer comida, que ya se encargaban ellas todos los días de darnos bien de comer… que no nos faltaba de nada…

También fue un día para no olvidar, cuando nos pasaron al Hogar Batalla de Brunete. Era simplemente cruzar una pequeña carreterita lateral que separaba los dos internados. Aquello de estar entre niños mayores que nosotros era todo una odisea y si además, como sucedió, te regalan una insignia de “Toddy” y te dan un vaso de leche mezclada con Toddy… el no va mas. Por cierto no se si he contado que la leche que tomábamos entonces era en polvo. Leche en polvo, con sus grumos al tratar de disolverla en el agua caliente… Un verdadero misterio para aquellas precoces cabecitas ¿La leche viene de la vaca…? ¿Cómo…?. Volviendo a la fiesta del “Toddy” y visto con ojos de ahora, hay que quitarse el sombrero con el publicista de la época padre del eslogan de esta marca de cacao: “O Toddy o nada…” seguro que mucho esfuerzo no tubo que hacer… se quedaría descojonado.

En aquella época, noche tras noche al descalzarme, dejaba con todo el cuidado del mundo los zapatos y sobre ellos los calcetines tal y como me los había quitado. No quería despertarme a la mañana siguiente ganándome el primer tortazo del día, por ponerme los calcetines del revés. Mira que lo hacia con cuidado, lo de quitármelos y dejarlos igual que me los pondría al levantarme y aun así alguna mañana:

- ¿Cuando vas a aprender a ponerte los calcetines bien?. Tienes uno del revés…

Tras recibir el correspondiente tortazo, que no explicación de cómo hacerlo, me descalzaba y me cambiaba los calcetines. El del pie izquierdo al derecho y viceversa.

Viví con esa duda, con ese miedo y con esas tortas un buen tiempo hasta que una mañana después de recibir la primera torta, de cambiarme los calcetines de pie y de recibir una segunda torta, una de las señoras que nos cuidaban se agacho al ver que por segunda vez al volver a cambiarme los calcetines de pie volviendo a la situación inicial corría el peligro de recibir un tercer tortazo, se debió compadecer de mi y cogiéndome uno de mis calcetines me lo acerco a los ojos y mirándome me dijo:

- Pero criatura tu no ves la costura… - dio la vuelta al calcetín y prosiguió – La costura va por dentro…

¡Por fin!. Esa noche al acostarme deje de poner tanto esmero en dejar el calzado y los calcetines el de la izquierda a la izquierda y el de la derecha a la derecha. Ya se que puede parecer una tontería pero aquella noche me sentía feliz. Ahora no solo sabia, que lo sabia desde hacia tiempo, cual era el zapato del pie izquierdo y cual el del derecho también sabia que lo de los calcetines no era un tema de en que pie los ponía, sino si la costura estaba por dentro o por fuera. Se acabo la duda y resuelto el misterio evite recibir la primera torta tan temprano.

Cuando cumplí los siete años ya me habían preparado para hacer la primera comunión.

Como cambian los tiempos, tenias que estar ese día en ayunas y conseguían preocuparte y de verdad con que, llegado el momento de la comunión, no se te cayera ni tocaras la sagrada forma y a tener mucho cuidado al recibirla para tragarla sin morderla… era el cuerpo de Cristo. Por ahí circula alguna foto vestido de marinero, el traje era prestado por el Auxilio Social, si lo manchabas o lo rompías teóricamente tendrías que pagarlo… Nos daba miedo hasta sentarnos con el puesto… Ese día después de la macro comunión, éramos mil y la madre, a los que teníamos familiares que acudían con nosotros a la comunión y querían sacarnos… de paseo nos dejaron ir con nuestros familiares a casa para volver por la noche.

Aquel día llegamos a San Blas y Serafín tiro la casa por la ventana, inmortalizando el momento. Nos llevo a los cinco hermanos a un estudio fotográfico en Simancas y zaska… foto familiar con el marinerito de la primera comunión… como si de equipo deportivo se tratase. Eso si el contraste del blanco del traje de marinero con el negro recalcitrante de los vestidos de mis hermanas era mucho mas fuerte en la realidad que en la fotografía en blanco y negro que nos hicieron. Dos años después seguían de luto, ni una concesión al tendido…, que pensaría la gente…

En las semanas que siguieron a mi primera comunión, uno de los domingos que no tuve visita, en el paseíllo entre los familiares de mis compañeros me asalto la suerte.

- ¿Qué… no han venido a verte…? – me dijo el que debería ser el padre del chico se estaba comiendo un plátano sentado a su lado – Ven. ¿Sabes lo que es esto?

Me acerque y mire lo que me mostraba en la palma extendida de su mano al mismo tiempo que negaba con mi cabeza.

- Esto es un capullo de un gusano de seda. ¿Lo quieres para ti?

Me acerque un poco mas para ver mejor aquel pequeño ovillo verdoso que me mostraba en su mano el señor y le pregunte:

- Y eso que hace…

Con una carcajada puso el capullo de seda en mi mano mientras me decía:

- ¡Chaval! Esto no hace nada. Si lo cuidas y le das calor se convertirá en una bonita mariposa. ¿Lo quieres o no?
- ¡Si! Gracias - … y salí corriendo mientras el hombre me seguía con la vista y no paraba de reírse.

Aquella tarde de domingo no creo que quedase alguien al que no le hubiera contado que me habían regalado un capullo de seda que se convertiría en mariposa. ¡Verdaderamente algo mágico! Y yo era el dueño, solo tenia que cuidarlo y dalo calor. Me sentía pletórico, importante. Poseía algo que nadie tenía y que dependía de mi, de mis cuidados.

Al irnos a acostar, mis vecinos de cama me preguntaron:

- ¿Dónde lo guardaras para que tenga calor…?
- En el bolsillo de la camisola. – respondí mientras mostraba como lo metía en el bolsillo delantero de la camisola y como después la doblaba con mucho cuidado dejando en el centros el bolsillo con el capullo de seda.
Deje la camisola dobladita sobre una especie de mesita metálica que teníamos entre cama y cama, metiéndome en mi cama a la espera de que pasara la noche cuanto antes para ver si sucedía realmente lo que el señor que me regalo el capullo me había dicho. ¿Cómo seria la mariposa?

Al momento apagaron las luces y una de las cuidadoras paseándose por la habitación gritaba:

- ¡Silencio! No quiero oír hablar a nadie. A dormir… que ya se han apagado las luces.

En medio de la oscuridad y del silencio que empezaba a hacerse, estire mi brazo para asegurarme que mi camisola con mi “tesoro” estaba donde la había dejado. Mi vecino de la derecha comento en voz baja:

- ¿Te ha dicho si se convierte en mariposa esta noche?

Hice un silencio como queriéndome asegurar que la cuidadora ya no estuviese cerca y le conteste:

- Me ha dicho que si la doy calor en poco tiempo saldría la mariposa. En poco tiempo… no se si esta noche. Seguro que mañana si.
-
Se volvió ha hacer el silencio. No se veía nada. La oscuridad y toses de cuando en cuando que venían de cualquier sitio del inmenso cuarto.

- Y cuando salga la mariposa ¿la dejaras que se marche volando? – Pregunto nuevamente mi compañero de cama.
- No lo se. Alguien me ha dicho que su hermano mayor, en su casa, tiene muchos gusanos que comen morera, después se hacen capullo como el que me han regalado a mi hoy para hacerse luego mariposa y la mariposa después pone huevos de donde salen los gusanos.

En la oscuridad y tratando de no romper el silencio ni molestar a los que seguro empezaban a dormir dejando atrás un día de visita, en voz muy baja acababa de describir la metamorfosis a mi compañero. De lo que no nos habíamos percatado ninguno de los dos, inmersos en la emoción y la magia del capullo de seda, de la mariposa… y en la absoluta oscuridad, es de que entre nuestras dos camas estaba la cuidadora. Inmóvil y sin hacer ningún ruido. Escuchando nuestra conversación cuando ya habían apagado las luces y ella había mandado hacer silencio.

- ¿Qué hacen hablando? – vocifero al tiempo que se oia un fuerte golpe en la mesilla metálica - ¡Se acabo la mariposa y las tonterías! ¡A callar!.

Con una pena premonitoria de que se acababan de cargar mi ilusión, alargue el brazo buscando encontrar la camisola sobre la mesilla. No la encontré, estaba en el suelo. Me incorpore llorando sobre la cama y entre sollozos empece a gritar:

- ¡Cabrona ha matado mi mariposa¡ ¡Cabrona! ¡Gilipoyas!...
- ¡Pero bueno…!¿Que esta pasando aquí…? ¿A que viene tanto escándalo? – Gritaba silenciando mis insultos una moja que ante tanto alboroto acababa de encender la luz.

La escena era todos los niños arropados y sentados en las camas con caras de circunstancia observando a un compañero que había perdido el control al punto de atreverse a insultar y decir palabrotas a una cuidadora. Yo de pie ya al lado de mi cama cubriéndome la cabeza con los brazos y la cuidadora seguía dándome tortazos por donde podía, en los brazos, en los codos… La monjita camino rápidamente hasta llegar donde yo estaba. Me cogió de un brazo y de varios tirones me sacaron al pasillo.

- ¡Apaguen la luz y todo el mundo a dormir! – exclamo la monja, llegando a la salida de la habitación – Esta noche este sinvergüenza va a dormir de pie en el pasillo.


Ya en el pasillo, retirado de la entrada a la habitación que había vuelto a quedar a oscuras y en silencio, la monja con voz mas conciliadora y en un tono como para que solo la oyera yo, me pregunto:

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde le han enseñado a usted esas palabrotas…?

Yo entre sollozos y roto por la tragedia de haber perdido mi regalo de domingo, me apresure a quejarme:

- …Me ha matado a mi mariposa… La ha aplastado de un zapatillazo…
- Venga cállese ya y que no le vuelva a oír decir esas palabrotas o le tendré que lavar la boca con jabón…

La monja se marcho. Se marcho la cuidadora, mirando para tras con gesto amenazante. Que mas daba ya me había hecho todo el daño que podía hacerme. Me quede en el pasillo, solo, en un silencio roto de cuando en cuando por toses que se oían en la habitación.
Habría transcurrido algo menos de una hora cuando vi que se acercaba otra cuidadora. Me acompaño hasta mi cama y en voz muy baja me susurro:

- Ahora a dormir. – cogió la camisola del suelo y prosiguió- mañana cuando os levanten te traerán otra camisola.

Otra camisola, como si eso arreglase algo. Más daba la sensación de que querían borrar las huellas del delito. No dejar ni rastro.

En junio de ese año fallece el Papa Juan XXIII, un mes antes de que nos dieran las vacaciones de verano, a los que teníamos casa donde ir. Nos contaron hasta la saciedad la muerte del papa y creo que nos mostraron algo sobre su vida. La imagen del Papa portado en una silla por otros hombres, se me quedo grabada a la vez que me dejo meridianamente claro el concepto de poder y el de servicio. Uno arriba y tantos abajo… ¿no nos decían que ante Dios todos éramos iguales?. Mar de confusiones y de preguntas infantiles que se hacinaban en la cabeza sin atreverse a salir. ¿Si somos iguales, cuando se cansen los de abajo, se podrán sentar arriba para que los lleven…?.¿Habría muerto como castigo Divino, por haber aplastado el capullo de seda y no dejar nacer a la mariposa?.

Con la primera hostia recibida, me refiero a la del pan ácimo, sin levadura, de las otras ya había recibido un montón en tan corto espacio de tiempo, había cumplido mi primera etapa en el Auxilio Social. Ahora ya estaba listo para pasar a otro Hogar donde harían más hincapié en mi aprendizaje religioso-militar. A final del verano de 1963 mi nuevo Hogar seria el de Los Leones.

9 comentarios:

  1. muy bueno tio,no puedo decir nada mas,me bulle la cabeza
    je su lin

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  2. Creo que si, puede ser muy parecido a un campo de concentración, que gente más malvada y sobre todo cuando se trataba de niños, de niños que carecían de todo. Pura caridad cristiana.

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  3. Creo que esto hay que publicarlo y que todos los que habeis y han estado en estos sitios tan duros deben de contarlo a todos, lo cierto es que algo se habrá escrito, aunque se aprovechan de que a esta edad tan temprana seria imposible de recordar con tanta nitided, si muchas de las protagonistas lo leyesen las daria verguenza y estarian avergonzas de lo que hicieron pasar a niños tan pequeños sería la leche. Pero lo que no se esperaban es que este MARTIN con esa memoria tan privilegiada se acordaría con tanta claridad siendo tan pequeño es digno de que se quede reflejado ya que habra muchas cosas que no recuerdes.
    Bueno no te preocupes por ese capullo que ahora tienes dos capullazos que ni con zapatillazos se les machaca.A esassssssssss zorras que las den por el culo y como serán mayores que sufran por cada uno, de todos vosotros que os hicieron sufrir tanto. Un beso y ahora no sufras, que aqui estoy yo para que cuando vayas a currar te agarres a mi pierna que yo te dejo que te quedes en casa.¡¡¡ ANIMO!!!

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  4. ¡Joder! Me preocupan vuestros comentarios. Os veo muy "tensos" cuando yo lo que pensaba era entretener... Por otra parte vuelvo a insistir en que para amenizar la historieta siempre es mas interesante contar lo que le pasa a distinta gente en paralelo. Lo de hablar de una sola vivencia acaba aburriendo, asi que ya podeis empezar a añadir vuestras historietas a "RECUERDOS DEL FUTURO PASADO"...

    El escribiente de servicio.

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  5. que no tio, es solo que asi de repente se remueven las visceras, pero luego vuelven a su sitio
    la historia paralela,yo reconozco que seria incapaz de expresarme y de transmitir por escrito mis "MIS RECUERDOS DEL FUTURO PASADO!
    je su lin

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  6. soy JOSE y nos debimos de conocer .estuve en el Brunete desde 1960 a1963 y fui gastador en la banda pero obligado .Mi profesora era Amparo Aguirre .el instructor un puto fascista que te ahostiaba por nada y si,yo tambien padeci los malos tratos,el hambre,los castigos y sin derecho a quejarte.....¡cual era tu nombre y en que clase estabas.no se si me podre acordar. mi nombre era JOSE O.RODRIGUEZ yera de TOMELLOSO. Ahora tengo 63 años Pero todo superado,aunque los recuerdos perduren.....y gracias por tu leccion.

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  7. soy JOSE y nos debimos de conocer .estuve en el Brunete desde 1960 a1963 y fui gastador en la banda pero obligado .Mi profesora era Amparo Aguirre .el instructor un puto fascista que te ahostiaba por nada y si,yo tambien padeci los malos tratos,el hambre,los castigos y sin derecho a quejarte.....¡cual era tu nombre y en que clase estabas.no se si me podre acordar. mi nombre era JOSE O.RODRIGUEZ yera de TOMELLOSO. Ahora tengo 63 años Pero todo superado,aunque los recuerdos perduren.....y gracias por tu leccion.

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  8. Llegué al Brunete procedente del Alto de los Leones en 1961 después de haber estado allí desde el 59, pasando en el 63 hasta el 65 al Instituto Nazaret de Alcobendas y que estaba dirigido por el padre Mundina. No recuerdo prácticamente ningún nombre de compañeros que hicimos el mismo recorrido hasta el Brunete, pero si algún dato particular como es el caso de un compañero que era de Ciruela pueblo de Badajoz, al cual apodábamos según su procedencia "Ciruela", así como de un sobrino que era bastante alto del ex presidente de Yogoslavia Tito Broz y que se llamaba Atilio Broz. Pero lo que si recuerdo es a dos monjas, sor Carmen que después pasó a ser conocida como sor Asistenta y a sor Teresa, mujer tan guapa como cruel para con los niños, hasta el extremo de exhibir con los calzoncillos sucios de mierda colocados en su cabeza, ya que padecía un problema con sus intestinos, paseándole ante todos los niños como escarnio por su problema. Asimismo recuerdo como cada día en tiempo de recreo de la tarde al final de la jornada, el instructor fascista Meana, nos recluía en la llamada Jaula de los leones para pasar lista de todos aquellos que aparecían reflejados por cualquier causa que fuera motivo de transgresión de las normas establecidas y por cada vez que apareciera tu nombre éramos golpeados por medio de una vara de la que disponía, cuando no éramos castigados colectivamente haciendo flexiones toda la tarde en el patio del colegio, convirtiendo aquello en un valle de lágrimas. Ya en el Brunete y con las dos monjas antes descritas y también trasladadas en las mismas fechas, tengo grabada en mente la ostia recibida por el también instructor fascista del lugar, por hacerle una observación en el comedor, procuciéndome un pitido en el oído, que aún hoy lo tengo guardado en el el rincón de los odios particulares. Decir que ha sido un honor el poder comunicar por este medio con compañeros que de alguna manera padecimos a buen seguro una de las etapas más difíciles de nuestras vidas y que doy por seguro que nos marcaron para el resto de nuestros días, aunque tiene tu parte positiva, pues al menos en mi caso, me sirvió a que después de aquellas experiencias, para distinguir y tomar posición y actitud ante la vida y ante quienes manejan los hilos de la sociedad, por supuesto en rebeldía total. Un abrazo compañeros.

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  9. Se me olvidó poner en el comentario anterior que yo soy Ángel Rojo, aunque aparezca como anónimo.

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