
Los pocos que veníamos trasladados del Hogar Azul, encontramos a nuestra llegada nuevas caras de niños mayores que nosotros, más monjas, mas auxiliares debidamente uniformadas y algo novedoso para nosotros un instructor de falange. La misa diaria en latín por la mañana y el rosario por la tarde no cambiaba.
Tardaríamos poco en darnos cuenta que aquello era una especie de cuartel para niños pequeños, con su disciplina y sus toques de corneta incluidos. Durante dos años experimente en mis carnes mas que en mi espíritu el prototipo de formación joseantoniana que buscaba convertir a niños y jóvenes en “mitad monjes, mitad soldados”.
La rutina diaria consistía en una ducha al levantarse, sin mucho jabón para “…no despilfarrar…”, después una especie de desayuno muy parecido sino igual al que conocíamos del Azul: liquido marrón calentito con mendrugo de pan que no había quien lo partiese. La novedad es que todavía casi sin luz solar en invierno, después del desayuno, salíamos al patio central a formar mirando de frente a una gran peana de obra sobre la que reposaba un león y tras la cual, sobre el mástil, ondeaba la bandera de España.
¡A cubrirse! ¡ar!, ¡firmes! ¡ar!...para cantar el “Cara al sol”, que todo el mundo recuerda como empieza pero casi nadie de como acaba: “¡Arriba escuadras a vencer, que en España empieza a amanecer!”…, y para una vez terminado el canto comenzar el desfile por el perímetro del amplio patio central.
Acabado el desfile mañanero, entrabamos en clase donde teníamos cada uno nuestra pequeña pizarra y nuestro pizarrín para escribir. A media mañana un corto recreo, en el que no podías estar sentado ni con las manos metidas en el bolsillo del pantalón… Según las hermanitas había que evitar los malos pensamientos… Vuelta a clase, después a comer si es que a aquello se le podía llamar comida y nuevamente un breve descanso antes de volver a entrar en formación, a cubrirse ¡ar!... y mas de lo mismo, eso si ahora tocaba cantar algo distinto: “prietas las filas”, el “oriamendi”…si hombre si, la canción carlista, que decía aquello de “Por Dios, por la patria y el Rey lucharon nuestros padres…”.
A media tarde, todos formados, a la cabeza de la formación llegaban un par de monjas dirigiendo a varias mujeres uniformadas cargando unas cestas con trozos de pan, que repartían entre las filas. A cada uno le daban un trozo de pan y una onza de chocolate. Nunca supe que estaba más duro el pan o la onza de chocolate. En ambos casos los esfuerzos por trocearlos con los dientes era grande, casi tanto como el hambre que teníamos.
A la mísera merienda le seguía otro rato de descanso en el patio, antes de entrar en uno de los larguísimos pasillos que unían el edificio central con las clases, donde nos sentaban en el suelo para el rezo del rosario. La posición de sentado en el rezo del rosario podía variar a la de cuclillas con los brazos en cruz, si te pillaban hablando durante el rezo.
La cena y a la cama para al día siguiente exactamente lo mismo, con la única variante que se producía con el cambio de estaciones. En primavera, parte del tiempo de desfile se convertía en gimnasia. En esa gimnasia que tanto gustaba en el franquismo, de hacer evoluciones y figuras en el suelo. La gimnasia que más por obligación que por gusto, tantísimos grupos de distintas provincias, ofrecían al caudillo en la celebración del 18 de julio, día del glorioso alzamiento, o en la celebración de los 25 años de paz, o en cualquier otro acto. Que mas daba, el caso era darse un baño de masas que enfervorecidas acababan formado graciosas figuras o palabras en el suelo: “Victoria” “Caudillo”…
Al poco tiempo de mi ingreso en “el nuevo hogar” de los Leones, con suma facilidad y total naturalidad, sin buscarlo y sin esfuerzo alguno, se produce algo que se convertiría en una constante a lo largo de mi vida: el inexorable conocimiento, acercamiento e integración con los elementos discordantes y rebeldes del colectivo. Tal vez se lleve en los genes o tal vez solo sea que se cumple aquello de que “…Dios los cría y el viento los amontona…”; lo cierto y real es que al poco de llegar entre a formar parte del grupo de los “desesperados” de los que aparentemente no teníamos nada mas que perder, de los “sin miedo”, respetados y casi seguro que en ocasiones admirados en silencio por los mas “modosos” y obedientes sobre todo cuando al recibir algún castigo que superaba lo razonable llegaban a perder las formas y eran capaces de hacer frente y no callarse.
Alguno de esos compañeros cercanos nunca tenía visita. Luis Mariano siempre me dijo que su padre había muerto y que su madre estaba en Francia. Vivia en la confianza de que su madre alguna vez vendría a verle y que finalmente lo sacaría de allí.
Una tarde, sentados en el suelo y vigilados por una monja, nos dejaron ver la televisión. Ponían un capitulo de indios y vaqueros, creo recordar que se llamaba “Flecha rota” y en medio de un silencio sepulcral, seguramente todos metidos en el personaje de flecha rota, a alguien se le escapo un pedete que de forma inmediata genero risas entre el aforo y el enfado de la monja vigilante que en un acto reflejo lo primero que hizo fue apagar el televisor sobre la repisa de la pared.
- ¿Quien ha sido el marrano? – Exclamo en medio de un incipiente murmullo consecuencia de haber cortado en lo mejor lo que estábamos viendo en la televisión.- ¿Quién ha sido?. O se pone de pie el que ha sido o no vuelven a ver mas el televisor…
Allí no solo nadie se ponía de pie, sino que además seguía el murmullo, las risitas y las miradas cómplices. Entre los sentados se había propagado como la pólvora la pregunta de ¿Quién ha sido?, en voz baja y al instante ya todo el mundo menos la monja, sabia quien había sido pero nadie se ponía de pie. El que menos, llevaba tiempo suficiente como para saber que era sumamente arriesgado admitir tener culpa de algo sin conocer antes cual seria el castigo que acompañaba a la falta cometida.
No había pasado un minuto cuando dos monjas más flanquearon a la monja que sin éxito trataba de hacerse con la situación. Una de ellas, la mas corpulenta, acompañándose de una fuerte palmada y cara de pocos amigos, vocifero:
- ¡Todos de pie!
A la vez que todos nos poníamos de pie con casi la misma energía con la que se nos gritaba, volvía a escucharse un murmullo como presagio del desenlace de la situación.
- Que venga aquí a mi lado el cochino ¡ahora mismo! Que lo voy a bajar a la bruja a ver si le quedan ganas de hacerse el gracioso…
La voz firme y enérgica de la sor, caminaba entre el silencio absoluto que en ese momento envolvía la duda de si merecía la pena o no salir.
- Que salga ahora mismo o se acabo el ver la televisión. – termino de sentenciar la sor.
Puesto en la balanza, entre que te bajasen a la bruja o no volver a ver flecha rota la elección era clara. Yo no había sido, pero la opción de la bruja pensé que era pasar un rato de miedo en los largos túneles subterráneos y la oportunidad de averiguar lo que tantas veces habíamos hablado y que seguía siendo un tema de duda y de discusión en el grupo de los rebeldes: “La bruja no existe, son las monjitas que se disfrazan para asustarnos…”, frente a la durísima segunda posibilidad de si no salía nadie quedarse sin ver la televisión, por aquel entonces algo mágico para aquellos muchachos que era capaz de momentáneamente sacarles de su realidad y convertirles en aquel indio con una vida llena de aventuras. La cosa estaba clara, sin pensarlo ni un instante mas comencé a caminar, saliendo del grupo.
Cuando llegaba a la altura de las monjas, al darme la vuelta, vi que no era el único. También estaban llegando a esa altura, mi amigo Luis Mariano y un par de ellos mas cuyos nombres no alcanzo a recordar.
- ¡Vaya! Mire usted por donde de no ser nadie ahora son los de siempre… Hermana, prepárelos para bajarles a la bruja. ¡Vamos a ver si son tan valientes…!
Esto último hizo que nos mirásemos los cuatro y sin mediar palabra, quedaba claro que asumíamos el reto. Teníamos una mezcla de miedo y ganas de bajar para pasar el trago cuanto antes. Ahora el murmullo de entre el resto de muchachos salía con mayor volumen y era permitido. La situación era lo suficientemente tensa y grave como para que el miedo y la intriga se contagiase a todos los que la presenciaban. Íbamos a ser el escarmiento, cabezas de turco. Si nos asustaban a nosotros, a los duros de entre los duros, los demás temblarían cada vez que volviesen a amenazar a alguien con bajarle a la bruja.
Trascurrió un tiempo desde que nos llevaron de un extremo al otro del gran salón, donde te topabas con un pasamano de metal que salvaguardaba la escalera que llevaba a los túneles. Pasadizos que vayan ustedes a saber para que los utilizaron en la guerra civil. No hay que olvidar que aquellos impresionantes caserones, durante la guerra, habían sido utilizados como cuarteles, embajadas… el Hogar Azul la de Argentina.
Ya llegaban provenientes de los túneles los ¡Uh…Uh! Mezclados con gritos y ruidos de cadenas, la verdad es que sembraron un poco el pánico entre los cuatro castigados. Empezamos a recular, sin éxito, ya habían tomado posiciones justo detrás de nosotros un nutrido grupo de cuidadoras con alguna que otra monja que nos empujaban escaleras abajo sin posibilidad de escapar.
Miramos para atrás y ya no veíamos al resto de muchachos que se agolparon junto al pasamanos, en primera fila para no perderse nada y poder saber a que atenerse por si alguna vez les tocase a ellos. Solo veíamos la muralla que formaba el grupo de mujeres, cuidadoras y monjas, que con gran esfuerzo conseguía a empujones adéntranos en el primer pasadizo. El primer pasadizo, por el que comenzamos a caminar azarados pero ya sin necesidad de que nos empujaran, desembocaba en otros tuneles como si de una “T” se tratase. De esos tramos que todavía no alcanzábamos a ver venían los gritos y los ruidos de cadenas.
Cuando nos tenían cerca del punto de confluencia de los túneles, la monja que había liderado la acción de castigo y que iba en todo momento a la cabeza del “pelotón de ejecución” se paro en seco y abrió los brazos parando en seco a las mujeres y monjas que la seguían para gritarnos:
- ¡Venga! Sigan ya ustedes solos… que la bruja a quien quiere es a ustedes… ¡Venga para delante!
Aquello hizo que dejásemos de mirar para atrás y volver a mirarnos entre nosotros. ¿Qué significaba aquello? ¿Seria finalmente verdad lo de la bruja y ellas no se atrevían ya a seguir por si acaso?. Sabían bien como confundir y como sembrar la duda. Pero aquella jugada el azar o el destino quiso que no les saliese bien.
Luis Mariano, con seguridad el más lanzado de los cuatro, mirándonos fijamente a los ojos dijo:
- ¡Vamos!...Que nos coma la bruja.
No había terminado de hablar cuando corrió hacia el final del pasillo. Los tres como si una fuerza magnética nos atrajera hacia el, no tardamos un segundo en alcanzarle. Detrás de nosotros se hizo un silencio absoluto. Nos asomamos por la esquina de los túneles y efectivamente al fondo una extraña figura envuelta en una sabana no paraba de ir hacia delante y hacia atrás vociferando y gritando con unas cadenas que llevaba arrastrando. El corazón a mil por hora, parecía querer salirse del pecho.
Llevábamos unos segundos apoyados unos contra otros y todos en la esquina, observando atónitos aquella figura fantasmagórica, cuando esta se acerco más de la cuenta hacia nosotros y nos dijo con voz ronca, forzada…
- Venid que os voy a comerrrr….Venid…Malos…
Dio unos traspiés con las cadenas que venia arrastrando, lo que hizo que se le moviese la parte superior al punto de caerse. Se rehízo rápidamente y volvió para tras al tiempo que se recolocaba y se recomponía.
En ese momento fui yo el que sorprendí a mis compañeros cuando de repente deje la esquina para salir pitando en dirección al fantasma.
- ¡Vamos! No es la bruja es una de ellas…
La había visto los pies y calzaba como las monjas. ¡Una bruja no podía tener pies y menos llevar los mismos zapatos que las monjas! Mis compañeros no entendieron bien lo que les decía pero me siguieron. Creo que se trataba de algo instintivo, como en otras ocasiones ya sabíamos que cuando toca recibir cuantos mas acudan mejor, mas se reparte el daño y aunque todos cobren… tocan a menos…solidaridad.
Avasallamos a “la bruja” y cuando quisimos darnos cuenta se habían vuelto a echar encima de nosotros todo el sequito que habíamos dejado atrás. Las que nos habían castigado e intimidado con lo de la bruja, las que nos habían bajado a empujones por la escalera, se veían ahora en la necesidad de separarnos de su bruja a la que ya habíamos conseguido desenmascarar al caérsele el armazón de la tulipa de una lámpara que se había colocado sobre la cabeza para después cubrirse con la sabana.
- ¡Fuera! ¡Fuera! Sinvergüenzas, que no respetáis nada… ¡Fuera!
Eso acompañado de una lluvia de tortas que provoco la reacción automática de protegernos con los brazos, facilito la huida de “la bruja”.
Curiosamente no nos dolían los tortazos ni tan siquiera notábamos los empujones. Nos sentíamos inmunes, habíamos descubierto algo que durante tiempo nos había atemorizado. Efectivamente ¡las brujas no existen!. ¡Un temor menos!. Después de este episodio el colectivo nos respetaba mas, éramos mas lideres y francamente ya solo nos quedaba un temor que vencer: el del castigo físico, el dolor. Temor que nunca llegas a vencer del todo pero si a controlarlo y a convivir con el sin demasiados problemas.
(Continuara...)
ja,ja,ja, me imagino a las monjas, es dificil adivinar de todos los que estabais alli dentro quien tenia una mentalidad mas infantil
ResponderEliminarje su lin
NO ES LA BRUJA ES UNA MONJITA!!!!, Martinillo a esto se le llama sindrome de estocolmo, quienes son las monjas, sino unas malditas brujas.
ResponderEliminarEn el fondo ahora recordando te lo pasas hasta bien, tú que eras lider... porque yo siempre fui una "caga", hasta el punto que recien casada llevé a Ramón al Palo, cuando fuimos a Malaga y según ibamos por el camino que nos llevaba al colegio de la Milagrosa, vi venir el coche que conducia Sor Ines (para nosotras siempre fue un hombre disfrazado) y deje solo a Ramón y me escondí. Ya tenia 23 años. QUE FUERTE.
La mentalidad infantil de las monjitas siempre ha sido mala y perversa sobre todo para los indefensos que no tenian a quien decir nada por los motivos que fuera, pero cuando tengan que dar esplicaciones a San Pedro se van a cagar las brujas de pantalla de lámpara........ Un beso para SAN PEDRO, que confiamos que haras justicia....
ResponderEliminarBienve ya te vale tener miedo a esa edad, era el momento para pillarla y descubrir si era hombre oooooooooo NO.
Que hijas de putas las monjas, las brujas o como sea que se llamen las cabronas y ya llevo 10 euros para la hucha, con mucho gusto.Joder(5 euros mas), Martin no sabía yo que desde tan joven apuntabas maneras de valiente,ya te vale también.
ResponderEliminarBueno decir que estoy con Conchi en lo de Bienve con esa edad???? pero lo mejor es que ella no se llevo ni a Ramón, solo pensó en esconderse, vaya huevos!!!!!
BESOS Y SALUDOS