jueves, 22 de octubre de 2009

2.2. Los Leones. (6ª parte)

Se acercaba el domingo, día de visita y durante la víspera alguna monjita me repetía machaconamente una misiva:

- Si te vienen a ver el domingo, tu no digas nada… no les vayas a preocupar enseñándoles la espalda.

¡Que no dijera nada!¡Que no les preocupase…! Era el colmo. Lo cierto es que jugaban con nuestras pequeñas cabezas hasta ese punto. Sobradamente sabían ellas que las penurias, hambres, sabañones y tantas barbaridades estaban bien guardadas dentro de cada uno de esos niños, que no las compartían con nadie para que nadie más sufriera innecesariamente.

El sábado y la mañana del domingo la pase pensando quien vendría a verme, si vendría mi hermana Elena o mi padre, si les enseñaría lo que tanto preocupaba a las monjitas, lo que tanta admiración despertaba en mis compañeros y lo que, esos días, no dejaba de picarme en la espalda.

Hablando conmigo mismo, en silencio, preparaba el momento de la visita. Si viene Elena no le diré nada… si viene mi padre ¿Qué hago? Igual se lo cuento y encima me pega el, como se entere de lo que llame al instructor…

Domingo por la tarde. Los niños en el patio, en grupitos, charlaban esperando oír el toque de corneta que daría inicio a la hora de la visita. Oyéndose la corneta empezaban a dejarse ver las primeras mujeres con pasos acelerados buscando desde lejos encontrar a quien darle el bocadillo que traían. Los hombres que echaban su cigarro e intercambiaban alguna que otra conversación, esperando la apertura de la puerta, subían más despacio sin tanta prisa por abrazar.

Vi llegar a mi padre. Me acerque caminando despacio hacia el. Hoy venia solo y cosa rara, venia totalmente sereno; como si entre la comida y el venir a verme le hubiera dado tiempo a dormir la siesta.

- ¿Como estas? – me dijo agachándose para darme un beso en una mejilla y un pellizco en la otra.- Toma, comete este bocadillo que me ha dado tu hermana

Cogí el bocadillo que venia envuelto en papel de periódico y sin mediar palabra me lo lleve a la boca. Estaba decidido, no contaría nada. ¿Para que?.

- Vamos para allá, a sentarnos en esos escalones – dijo mi padre señalando un hueco que todavía quedaba en los escalones que subían al león y al mástil donde ondeaba la bandera.

Al sentarnos, note como me miraba la madre y el chico que habían cogido sitio en la escalera antes que nosotros. Note en las miradas algo que, no se por que, me hacia pensar que el correazo que yo no estaba dispuesto a contar iba a ser la noticia de la semana.

- ¡Vaya pupas que tienes en las rodillas! – dijo la mujer cuando al sentarme en el escalón, quedaron a la vista las costras de las heridas de mis rodillas – tienes que decir que te las curen.
- Yo no se este muchacho…, mira que le digo que hable con las monjitas para que se las curen y siempre esta igual – respondió mi padre – Al final tendré que hablar yo con ellas.

Volvió a hacerse el silencio. Cada uno a lo suyo y yo a mi bocadillo. Al poco rato note como alguien, por detrás, frotaba su mano en mi cabeza. Me gire y vi al padre de un amigo que venia todos los domingos a verle. Un hombre que algún domingo sin visita me había regalado un plátano o dado algún caramelo. Uno de los que se saludaba y hablaba con mi padre haciendo la espera de la visita.

- ¡Vaya, vaya! ¿Qué le ha pasado a mi amigo? – me pregunto el hombre mirando a mi padre.

No sabia si la pregunta era para bien o para mal, pero que le habían contado lo de mis toreros en la espalda… era seguro. Yo sonreí y me mantuve en silencio.
- ¿No le has contado nada a tu padre…?
- ¿Contado el que? – pregunto mi padre dirigiéndose primero al hombre y luego a mi.
- ¿Cómo que que?¿Es que no te ha dicho nada? Esta semana, me dice mi chico, que al tuyo le han dado un correazo que ¡¡se han quedado todos asustados!!

En lo que el hombre ponía al corriente de lo sucedido a mi padre, yo lo miraba con ojos de cordero degollado. Pidiéndole con la mirada perdón por no haberle contado nada y que se hubiese tenido que enterar por aquel hombre.

- A ver, enséñame donde te han dado
- En la espalda – le respondí subiéndome la camisola para arriba.
- ¡Dios mío! ¿Quién coño te ha hecho esto?
- El instructor

Mi voz era firme y estaba llena de rabia, de rabia hacia el instructor y de rabia de estar interno. Había pasado de cordero degollado a verdugo, estaba cansado de tanto aguantar. Volvía a estar en el punto de locura.

Mi padre me dejo en los escalones con aquel hombre y su hijo y se fue como una flecha hacia la monja que estaba al otro lado del patio, responsable de la hora de la visita. Cruzo palabras con ella y salió a toda mecha hacia la calle, en busca del instructor. Le dijo la monja que acababa de salir y que ya no volvería hasta el lunes.

El patio al completo estaba pendiente de nosotros, sobre todo cuando minutos después volvía mi padre hacia donde me había dejado, con cara de pocos amigos y jurando en arameo.

- ¡El cabron este se va a enterar! El próximo día vamos a ver si me pega a mi ¡Si te vuelve a tocar le arranco el corazón…!¡Sinvergüenza! Como ha marcado al niño…

La revolución. Un domingo que venia sereno y lo alteran con la corrida de toros de mi espalda.

- ¡El próximo domingo voy a venir a ver que me cuenta! – la mala leche le supuraba por todos los poros -…y tu… - refiriéndose a mi y echándome una mano por el hombro – tu en cuanto acabes este año te saco de aquí.

Domingo agitado y con espectáculo incluido. Esta vez, aunque no seguro del todo de que cuando se marchase mi padre me tocase cobrar, si estaba mas tranquilo. Tranquilo porque mi padre me defendía y tranquilo porque todos habían visto la cara de mala hostia de mi padre… impresionaba, todo nervio… ¡La dureza del andamio!.

Ese domingo, después del toque de corneta que daba fin a la visita, la cosa pintaba bien. Entre al cine sin pagar la peseta, invitado, empezaba a pensar que igual había merecido la pena recibir el correazo.

Los días siguientes, note un cierto trato de “cuidado”. El instructor me miraba con rabia pero sin atreverse a tocarme ni a cruzar media palabra conmigo. Mi padre volvió el siguiente domingo con mi hermana Elena a visitarme. A visitarme mi hermana y a buscar al instructor mi padre. No lo pudo ver, estaba sobre aviso y antes de la hora de la visita desparecía para no aparecer nuevamente hasta el lunes. La semana siguiente ya solo vino a visitarme mi hermana. Aunque seguía con los toreros, las capas, los capotazos y los toros marcados en mi espalda, ya no picaba tanto y tal y como seguían las cosas después de las semanas transcurridas… estaba cada vez mas convencido de eso que se suele decir: no hay mal que por bien no venga…

De aquella primavera dos recuerdos más de cierta relevancia: la comunión de las niñas ricas del colegio “Stella Maris” y una misa en los misioneros combonianos. Ambos dos vecinos de Arturo Soria, en la acera de enfrente, a día de hoy siguen las monjitas del Stella Maris en el numero setenta y uno y los misioneros de “Mundo Negro” en el ciento uno.

Como monaguillo, que lo era en Los Leones desde casi el primer año que vine trasladado del
Hogar Azul, asistía al sacerdote en la misa diaria de las mañanas. Cuando las niñas ricas del colegio Stela Maris hacían la comunión, se organizaba una misa con un montón de monaguillos y boato en su colegio. La alegría para nosotros es que salíamos del colegio, cruzábamos la calle y durante los ensayos en el Stella Maris nos lucíamos delante de niñas y lo verdaderamente importante al terminar la celebración el día de las comuniones las monjitas de ese colegio pagaban nuestro trabajo con una bolsa gigante de chupa-chups. Bolsa de la que al llegar a nuestro colegio con la monja que nos acompañaba, nos daban cuatro o cinco a cada uno y el resto de la bolsa lo vendían los domingos durante la visita… y eso que eran nuestros que bien clarito decían las monjas del Stella Maris:” Esto para vosotros… por lo bien que habéis ayudado en la misa y lo bien que ha salido todo…”

La otra misa a destacar es la que se dieron las monjitas en nuestra capilla a los Misioneros Combonianos de Mundo Negro que tenían su central justo en frente de nuestro colegio. Misa también con mas de dos monaguillos y muchos invitados: misioneros, monjas… Llegada la hora de la eucaristía (de comulgar o repartir las Hostias consagradas para los neófitos…) ¡Oh sorpresa! No había formas en el Cáliz con las que comulgar…menudo revuelo y menudo drama… todo el mundo se miraba y cuchicheaba pero nadie sabia como salir de aquella. Fue el “jefe” de la comisión de misioneros invitados quien elevo la voz y sugirió hacer otra misa, al termino de la nuestra, en su edificio para que pudieran comulgar los que quisieran.

Os imagináis a quien se le había olvidado meter las formas en el Cáliz antes de empezar la ceremonia, para que llegado el momento el sacerdote las bendijese y la gente pudiera comulgar…
A mi, se me había olvidado a mi. Cuando termino la misa unos y otras quitaron importancia al incidente pero cuando los invitados abandonaron el colegio, la madre superiora me dio un guantazo de los que hacia tiempo no recibía.

- ¡Que vergüenza!...Que se hayan quedado sin poder comulgar por tu mala cabeza… A partir de hoy no vuelves a ayudar en misa…

¡Menudo problema! Más que un castigo era una liberación… si acaso algo de duda y pena por si el próximo año seguía en el colegio que me quedaría sin ver a las niñas del Stella Maris y sin la miseria de chupa-chups que me darían las hijas de… la caridad.

Llego el verano y con el las vacaciones en San Blas con alguna que otra escapada, muy de tarde en tarde, a bañarse al rio Jarama. Domingo por la mañana temprano cargados hasta los topes para pasar el día en el rio. En el autobús hasta la Cruz de los Caídos, para transbordar a otro que desde allí nos llevaría hasta las proximidades del Jarama. En las bolsas las toallas, mudas, pimientos fritos, tortilla española y ensalada de tomate. Serafín, Elena, Bienve, el Martinillo y el Chuchi…¿Dónde estaba José Mari?.

El resto de días, en la calle con los chicos, desde primera hora de la mañana a última de la tarde. Nos tenían que llamar para subir a casa a comer y a cenar. Eran días sin televisor, no teníamos en casa, jugando al rescate, al churro, media manga o manga entera, a las chapas, al gua o a la taba y en ocasiones una “drea” (tirarse piedras unos a otros… a dar… a hacer sangre), en la montaña del diablo, entre los montículos de tierra y la caseta de la luz.

¡Que recuerdos…! ¡La taba…! Pasábamos horas y horas jugando un montón de muchachos, ¡solo con un hueso!. Un hueso del pie de algún animal como el cerdo o la vaca, una correa y…ganas de hacer daño o de salvarse de recibir los correazos en la mano o la “corbata” en el cuello. Las reglas eran sencillas: Se juega entre muchachos y en él las posiciones de la taba por orden de dificultad creciente se denominan: inocente, culpable, verdugo y rey. Se lanza la taba a modo de dado por turnos, sin que pase nada hasta que alguien consiga los cargos de rey y verdugo. A partir
de entonces a todo el que le aparezca la posición culpable se le castigará con una serie de golpes de cinturón, siendo el rey quien decidirá su número, lugar del cuerpo, intensidad y forma de golpeo; siendo ejecutados por el verdugo. Si al jugador le sale inocente pasa el turno al siguiente jugador y si toca la posición rey o verdugo adquiere dicho cargo. El rey y el verdugo dejan de lanzar la taba hasta que alguno de los demás les quite el puesto volviendo entonces al corro de jugadores.

Días de verano saltando la tapia o metiéndonos entre los barrotes de la puerta que daba al patio con arboles de detrás de la iglesia. Mañanas enteras dedicadas a trazar y hacer con las manos las sinuosas carreteras de arena que recorreríamos con las chapas hasta llegar a la meta.

Algunas tardes, al caer el sol, nos mezclábamos con las niñas de la calle y todos juntos jugábamos al pañuelo o al escondite. Las niñas eran más de jugar al pañuelo formando equipos de chicos y chicas mezclados y nosotros éramos más de jugar al escondite, para escondernos con la o las niñas que mas nos gustaban y tontear a escondidas. A las mas guapas no íbamos a buscarlas y si las veíamos no las nombrábamos para que no la “ligasen” y poder escondernos con ellas la siguiente vez. Pepi, su hermana Araceli y Tere por mi parte, no tuvieron que contar nunca y yo siempre buscaba algún argumento para poder esconderme con ellas…

Los mayores del barrio, el domingo por la mañana, se jugaban el dinero al tacón ante la expectante mirada de todos nosotros que en la medida que no sacaban las monedas del redondel con el tacón de goma o la piedra previamente redondeada, nos quedábamos con la boca abierta de ver tantas monedas en la arena. Ellos ya trabajaban y disponían de dinero, al menos los fines de semana. Dinero para arriesgar jugándoselo al redondel por las mañanas o para ir el cine por la tarde. Cine Simancas o cine San Blas. Sesión continúa. Dos películas, acomodador y olor a zolopino hasta decir basta. Única forma, esta del garrafón de espray, que tenían para conseguir que tanta “humanidad” junta oliese a otra cosa que no fuese a sudor. A tener en cuenta que los más aseados por entonces acostumbraban a ducharse una vez a la semana… y los menos se dejaban notar cuando pasaban a tu lado. Lo de la colonia era algo desconocido en general y un artículo de lujo en particular, para aquellos que la tenían.

En mi caso y en el de muchos más, solo íbamos al cine si la “bodeguilla” nos regalaba entradas cuando comprabas la conga, la gaseosa o el vino. La bodega era un local que estaba justo al bajar las escaleras, frente a mi portal, que unían mi calle con la calle “Sillería”. Yo visitaba la bodega día si y día también para comprar el vino para mi padre y en alguna ocasión, pocas, para también comprar la gaseosa (La Pitusa o la Revoltosa. La Casera llego después…). ¡Ah! Se me olvidaba que también los sábados y domingos al medio día, la bodega era el punto de inicio para realizar la búsqueda de mi padre y avisarle de que le estábamos esperando para comer o ya anocheciendo para llamarle a la cena. En mi casa, era una ley no escrita, no se empezaba a comer sin mi padre sentado a la mesa… por mucha hambre que tuvieras.
Alguien podría pensar que mi padre no tenía reloj y se equivocaría. Tenía reloj, el problema es que chateando con sus amigotes perdía la noción del tiempo y se olvidaba del reloj, de la comida y de sus hijos… Aclarar que el vocablo chatear en estas circunstancias, nada tenia que ver con la tecnología y todo con el echo de tomar “chatos” de vino. El chato de vino equivalía a un “culin” de vino en un baso estrecho de cristal, aunque en mi barrio lo del “culin” era mas que un “culin” . Así terminaban los parroquianos que, como mi padre, iban de bar en bar tomando los chatos y pagando en cada bar una ronda cada uno…

2 comentarios:

  1. Cuanta injusticia cuanto miedo cuanta y cuanto hijo de puta suelto en fin todo pasó y afortunadamente habeis salido de puta madre y super personas autenticas pero bueno cada uno tendra lo que se ha ganado con creces.
    Lo que más me gusta es el suegro tan adelantado que he tenido para su tiempo, ya en aquel entoces cuando nadie sabia nada de ordenadores ni nos lo podiamos imaginar el ya chateaba que grande SERAFIN.
    Un besazo para todos desde FUERTEVENTURA con mucho sol, todo bienisimo fabadita tostada nueve modalidad.

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  2. Mas capitulos, mas capitulos,esto de esperar a los jueves no puede ser hay que cambiarlo, uno los jueves otro los martes.
    Coño con el chateo que espabilao el SERA,bueno por lo menos su primera intencion fue ir a buscar al hijo puta del instructor.Dentro de lo que cabe serán buenos recuerdos los de la taba y el jueguito del pañuelo con las niñas...
    BUENO ME REITERO EN QUE NO PUEDO ESPERAR AL JUEVES PARA EL PROXIMO CAPITULO,MARTIN DEBERIAS PONER OTRO CAPITULO LOS MARTES
    BESOS Y SALUDOS

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