jueves, 18 de febrero de 2010

3.2. UU.LL. Cheste – Valencia (3ª parte)

Aquel primer viaje fue como hacer guantes en boxeo. Preguntabas el nombre a tu compañero de asiento y poco mas. La tónica general dentro del autocar era el silencio y seguro que intensos pensamientos interiores de todos y cada uno de los que viajaban hacia una nueva experiencia, algo desconocido.

Cuando llevábamos un buen tiempo de carretera, alguno se atrevió a acercarse al conductor para preguntarle si pararíamos. Las ganas de ir al baño empezaban a presentarse.

Los viejos setra-seida no disponían de baños, ni megafonía. Lo mas parecido al aire acondicionado era abrir la ventanilla lateral superior. Cuando ya se habían acercado en numero suficiente a preguntar al conductor, si pararíamos; este si dejar de mirar la carretera y para evitar que se levantase nadie mas de su asiento, vocifero:

- Haremos dos paradas, una ahora, dentro de un rato en Tarancon y la otra antes de llegar a Valencia en Montilla del Palancar. En esas paradas podrán bajar para ir al baño y tomarse un refresco el que quiera...¡Eso si...atentos cuando arranque!... El que no este arriba se queda en tierra... ¡No espero a nadie!

Paisajes de la meseta. Cuenca. El cansancio, los nervios y el sueño se habían apoderado de mas de uno, que ya llevaban buen rato con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana en el mejor de los casos y en el peor dando cabezadas al ritmo del traqueteo del autocar.

Cuando paro nuestro autocar, en la explanada frente a la cafetería, ya estaban un par de autocares mas aparcados que habían descargado la chiquillería que transportaban.

La entrada a la cafetería mas parecía la de un hormiguero, desde donde entraban y salían muchachos sin parar. Unos con bocadillos en la mano, galletas y de cuando en cuando alguno con las dos manos ocupadas, en una el bocadillo de rigor y en la otra un refresco.

Contemplando el ir y venir desde los autocares a la cafetería y vuelta de la cafetería a los autocares, cogí uno de los bocadillos que me había preparado mi hermana y un plátano que entre los bocadillos de mi bolsa asomaba su amarillenta cáscara.

Al descender del autocar y nada mas dar el primer paso hacia la entrada de la cafetería, oí que me llamaban.

- ¡Eh! Martín.

Al principio no identifique la voz, pero el acento en la "a" al pronunciar mi nombre me indicaba claramente que se trataba de algún amigo. La voz provenía de un grupito que estaba sentado en un lateral de la explanada de aparcamientos, sobre un montículo de piedras y tablones.

Al identificar entre los que estaba en el grupo a Vaquero, un compañero de clase del Juan XXIII, dirigí mis pasos hacia el a la vez que en la cara de los dos se dibujaba una sonrisa confirmando la alegría de encontrar a alguien conocido entre tanta cara nueva.

- ¿Qué pasa Vaquero? – Le dije cuando casi estaba a su altura.

- ¿Qué pasa tío? – me respondió el al tiempo que se levantaba y nos dábamos la mano - ¿En que autocar vienes?

- En el numero nueve – le respondí, mientras caminando yo iba desenvolviendo mi bocadillo y me metía el plátano en un bolsillo lateral del pantalón.

- Yo vengo en el numero seis y ya llevamos un buen rato aquí parados. El chofer nos ha dicho que vamos a salir ya. ¿Vas a entrar en el bar?

- No tengo dinero...

- ¡Va da igual!, no hay quien se acerque a la barra y hasta que te atienden... Yo he bebido agua del grifo del lavabo que hay en los baños. Te ayuda a bajar el bocata y te ahorras la pasta y los empujones de todos los que se arremolinan en la barra del bar.

- ¡Habrá que hacer lo mismo!- le dije entre bocado y bocado del bocadillo de tortilla francesa que me estaba metiendo entre pecho y espalda.- ¿Tu sabes cuanto se tarda a Valencia?

- No, pero el conductor nos ha dicho que si no hay muchos camiones llegaremos a ultima hora de la tarde...

No había terminado de contarme vaquero, cuando alguien le dio por la espalda y le grito alejándose hacia los autocares:

- ¡Ya están subiendo al autocar! ¡Nuestro chofer a dicho que en cinco minutos salimos...!

- Bueno Martín, me voy para el autocar. Ya nos veremos cuando lleguemos allí.

Me dio una palmadita en el hombro y salió pitando, como una exhalación. Seguro que no perdería el autocar, pensé para mis adentros mientras lo veía alejarse corriendo.

Una vez terminado mi bocadillo, entre buscando los baños entre riadas de compañeros que deambulaban de un lado a otro de la cafetería. Tuve que esperar cola para orinar y también para darme un trago de agua en el lavabo.

Me dirigí al autocar y antes de que el chofer avisara de la salida, yo ya llevaba un rato sentado. Entraron los últimos en el autocar y el conductor pidió que mirásemos si faltaba alguno... si estaba nuestro compañero de al lado. Al cabo de un rato y viendo que ya no subía nadie al autocar, el chofer se levanto y empezó a contar de adelante a tras.

- ¡Estamos todos!¡Nos vamos!

Se acomodo en su sitio, cerro las puertas y girando en la explanada de arena, dio la espalda al bar y volvió a la carretera.

Por todo el autocar se escuchaba la queja de los que habían comprado algo en el bar. Unos se quejaban de lo caro que era la coca cola, otros de que el paquete de galletas era una estafa... en fin que nadie se sentía a gusto con el dinero gastado.

Al rato, volvió a adueñarse de los viajeros el silencio y mas de una cabezada de sueño, que mas que sueño era cansancio.

Casi sin darnos cuenta estábamos otra vez parados, aparcados frente a otra cafetería en Montilla del Palancar.

Esta vez prácticamente todos visitaron los servicios y muy pocos hicieron parada y gasto en la barra. La parada también duro menos, casi lo justo para estirar las piernas y merendarse otro bocadillo.

El ultimo tramo se hizo mas corto tal vez por las ganas de llegar que todos teníamos. Al poco de desviarnos de la carretera nacional Madrid – Valencia, se elevaba el nivel del leve murmullo que se oía dentro del autocar. Eso y algún toque a los que venían durmiendo, hizo que nadie se perdiera la entrada a nuestro destino: “El centro de orientación de universidades laborales Jesús Romeo Gorria”. Así rezaba en el enorme cartel de hormigón justo antes de atravesar la entrada.

El autocar cogió carretera arriba dejando a la izquierda el monumental paraninfo de hormigón, que como no podía ser de otra manera genero sorpresa y exclamaciones de todos. ¡Era impresionante!¡Faraónico!. Desde hay hasta llegar a la explanada de delante del edificio llamado de “Docentes” donde paraban y descargaban las maletas los autocares, no dejamos de sorprendernos al ver un poco mas arriba, a la derecha, la enorme cafetería y algo mas arriba a la izquierda los cuatro comedores, dos cuadrados y dos redondos, suspendidos en el aire por redondas columnas como si de naves espaciales se tratase.

Todo era gigantesco. Todo en hormigón. Los distintos edificios parecían querer trasmitir la doble idea de grandeza y durabilidad en el tiempo; y de verdad que, vistos desde la carretera, lo conseguían totalmente sin saber nosotros que no habíamos alcanzado a ver ni la mitad de las instalaciones.

Los autocares, espaciados en pocos minutos unos de otros, no dejaban de llegar a la explanada.

Otro impacto y me imagino que también para todos mis compañeros, fue ver por primera vez a tanta gente junta. Todo estaba organizado y preparado para en función del numero de expediente que nos habían asignado, colocarnos frente al nombre del colegio y la residencia a la que, maleta en mano y con los ojos como platos, teníamos que dirigirnos.

El cartel, en cada caso, lo portaba un educador a cuyo lado había otro con lista y bolígrafo en mano que recorría la fila de arriba a bajo, cada vez que esta se engrosaba con nuevos muchachos que llegábamos desde los autocares, para preguntar el numero de expediente, el nombre y apellidos y proceder a puntearlo.

Al rato de estar en la fila de a dos, pude ver que en la parte de adelante estaba Cerezo y al poco incorporase a Enrique, a Jesús y a algún otro compañero de fatigas el ultimo año en el Juan XXIII. Nos guiñamos el ojo o nos hicimos señas, transmitiéndonos con esos gestos la alegría de tener gente conocida en el nuevo colegio: el colegio “Tiburón” de la primera residencia.

Flanqueado cada uno por su maleta, en su mayoría viejas maletas de cartón, en fila de a dos seguimos a los dos educadores al que portaba en alto el cartel con el nombre del colegio y al que había verificado nuestro nombre y numero de expediente en la lista.

Siempre caminando por un pasadizo cubierto, dejando a un lado y a otro zonas ajardinadas, pasamos por entre edificios que nos comentaron eran los talleres, mas adelante cruzamos entre otros mas altos que nos dijeron eran las aulas y después de un buen trecho se alzaban ante nuestros ojos unos enormes bloques de seis plantas: las residencias.

Nunca había visto algo tan majestuoso, elegante e impresionante. Todo en hormigón, frío y duro por fuera y cálido, acogedor y muy funcional por dentro. Estrenábamos todo, el olor a nuevo era perceptible por todo el recorrido y sobre todo cuando entramos en el colegio.

(Continuara...)

6 comentarios:

  1. Ya lo creo que la universidad era faraonica, con el plano que nos has puesto me imagino que tendrias que llevar casi un plano por lo menos los primeros dias que distancia tan grande de los edificios al comedor y a las demas instancias tremendo, sigo diciendo que nos describes todo fabulosamente, yo estoy metida en el autobus casi casi como tu, que suerte encontrarte con antiguos compañeros de fatigas eso me imagino que fue una sorpresa.
    Me encantra el contenido y el protagonista.
    Ester que paso con las lluvias, se os lleno la casa del DIRE de agua cuentanos. BESITOS A TODOS

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  2. Yo me imagino que con 12 añitos y despues de lo que dejabas atrás, llegar a Cheste tuvo que ser la leche, yo recuerdo una visita que te hicimos Elena, Je su lin y yo, en un autocar con las mismas paradas que tu refieres y tambien nos impactó,si no me equivoco, Elena y Jesu era la primera vez que viajaban a una ciudad con mar, yo lo habia visto por Malaga claro. Y para ti fue algo definitivo en tu formacion, en aquel momento era impensable que el hijo de un albañil fuera a una universidad, y muchos menos con tales instalaciones, acostumbrados como estabamos al auxilio social y sus miserias. Sigue escribiendo me encanta.

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  3. si que me acuerdo de aquel viaje,una eternidad en el autobus, creo recordar que parte del viaje lo hicimos de noche y que venia tambien no se si era una amiga de bienve o de elena, recuerdo lo impresionado que quede al ver la universidad,que me parecio una ciudad, recuerdo que tenian sus propios policias de trafico que eran chavales de alli con su uniforme y todo, que estubimos en cheste, en el pueblo, dando un paseo,no se cuantos años tenia yo pero si que me acuerdo

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  4. joder que guay encontrar gente conocida y hay que ver que memoria teneis todos
    saludos y esperamos el siguiente capitulo con las mismas ganas de siempre

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  5. manuel gonzalez fuentes17 de enero de 2011, 13:44

    parece que fue ayer cuando yo hice este viaje pero sumandole los kilometros de salamanca a madrid.Los autobuses eran"la leche",nada de comodidades,ni aire ,ni asientos reclinables ni nada de lo que hoy parece lo mas natural.Recuerdo la mezcla de olores dentro del bus despues de varias horas de viaje(comidas distintas,el olor de los plasticos de los asientos despues de darles el sol un buen rato,y como no el olor de algun que otro vomito que siempre habia sumado todo alolor de los motores y gasoil de la epoca.Nosotros en aquellos viajes teniamos que cruzar Madrid ya que no habia circunvalacion y eso suponia otro castigo mas en esta odisea. leyendo esto parece que loestoy viviendo de nuevo

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  6. Ignacio Fernández16 de enero de 2014, 11:42

    Estuve en Cheste el 73/74, colegio Cormorán, el 74/75 y 75/76, colegio Buitre. De aquel primer viaje, desde Madrid, recuerdo por encima de todo dos cosas, era septiembre del 73 y en agosto había fallecido Nino Bravo en esa carretera, recuerdo la que se montó cuando pasamos por la curva donde había tenido el accidente y todo el mundo levantandose para ver bien el sitio, lo segundo fue cuando pasamos por la cementera que había antes de llegar a Cheste, sus horribles edificios y el paisaje lunar que la rodeaba y algunos chicos, ya de segundo y tercer año, empezaron a decir que aquello era la laboral, se nos cayó el alma a los pies, a los novatos, ya que no podíamos creer que tuvieramos que estar en un sitio tan horrible, pero las risas de los que habían hecho el comenario pronto nos descubrio la broma que nos hicieron.

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