jueves, 11 de febrero de 2010

3.2. UU.LL. Cheste – Valencia (2ª parte)

Mes de septiembre. Los nervios empezaron a transitar no solo por mi, que volvería a estar fuera de casa y desconocía como seria mi nueva ubicación y que tal me iría; también por mi hermana Elena que al fin y a la postre tenia que apechugar con todas las tareas que leímos en la carta: comprar calzoncillos y camisetas, marcar la ropa, llevarme al punto de encuentro, las fotografías tamaño carné...

Al final y como siempre acaba llegando el día. La noche antes cuesta conciliar el sueño y no puedes dejar de pensar en como será el sitio nuevo, los chicos con los que te tocara estar..., lo que darías por quedarte en tu casa y no tener que irte... y las ganas de ser mayor para que nadie decida por ti y puedas estar donde quieres tu y no donde te mandan otros...

A la mañana siguiente, al despertar, mire la maleta de cartón duro donde mi hermana Elena había metido la ropa interior, los calcetines y un par de paquetes de galletas. Elena ya llevaba tiempo levantada, haciendo la casa y atendiendo a los que salían a trabajar. En cuanto sintió que me había levantado, se acerco a la habitación y con esa sonrisa que ella siempre sabia poner en los momentos difíciles, me dijo:

- ¡Venga! Vistiéndose que tenemos que ir hasta la Plaza de España y el tiempo se nos echa encima. Tienes el desayuno en la mesa.
- ¿Me pusiste en la ropa los números que decían en la carta?
- Siiii.
- ¿...Y las fotos y los papeles que pedían?
- ¡Vamos a desayunar! Que en lo que tu te tomas el café yo acabo de ponerte todo en la maleta. ¡Venga!

Me tome la leche y después de lavarme la cara, volví a la habitación a vestirme. Elena estaba cerrando la maleta.

- Te he puesto una bolsita de aseo con el jabón, el cepillo y la pasta de dientes.
- ...¿Y el cortaúñas que decían en la carta?
- ¡Todo! Llevas todo lo que pedían en la carta...

Elena trataba de transmitirme tranquilidad y a mi lo único que me preocupaba era qué me podía pasar si cuando llegase a mi nuevo destino faltase algo de lo que en la carta nos decían que tenia que llevar. Elena nos conocía a todos, yo creo, que mejor que nosotros mismos.

Al bajar por la escalera del portal, nos topamos en el descansillo con el Sr. Julio sentado en su silla con el pañuelo en la mano.

- ¿Dónde vamos con maleta? ¿Nos vamos de viaje?
- Si Sr. Julio – respondió Elena, haciendo un alto al pasar por delante de donde se encontraba sentado – Se nos va interno a Valencia, a un colegio nuevo.
- ¿A Valencia? – pregunto mirándome a mi que ya estaba en la acera de la calle - ¡Que te dije! En Valencia veras el mar... Pórtate bien.

El Sr. Julio seguía viendo pasar la vida desde su silla. Sentado en el descansillo de la escalera, saludando a todo el que subía o bajaba y a muchos de los que atravesaban la calle. Me preguntaba si el habría tenido que viajar y salir alguna vez de su casa. La respuesta en mi cabeza era inmediata: la imagen del Sr. Julio junto a la Sra. Mari. No podía visualizarlo ni imaginarlo de forma distinta y en mi mente se entremezclaba la envidia sana hacia quien tenia la vida resuelta y el deseo de cómo el, tener una casa mía y poder estar siempre en mi casa.

- ¡Toma hombre...! –sacando su mano del bolsillo y alargándola hacia mi, entre los barrotes de la barandilla de la escalera, me mostraba una moneda – Cojela, para que te compres algo.

La Sra. Mari que debía habernos oído desde dentro de su casa, se apresuro a salir y le dio a mi hermana un puñado de caramelos.

- Toma Elena, daselos para el viaje. Y tu, estudia mucho y se bueno.
- Gracias Sra. Mari – respondió Elena a la vez que se guardaba los caramelos – ¡Si dentro de tres días estara otra vez por aquí...!.

Esperamos en la parada, con la maleta de cartón en el suelo, a que llegara el autobús treinta y ocho. Al entrar, el cobrador, a la vez que nos daba los billetes y colocaba las monedas, se dirigió a Elena para indicarla donde debíamos de ponernos con la maleta.

Después del treinta y ocho, cogimos el metro para llegar hasta la Plaza de España. Al subir por las escaleras de la salida del metro, ya se escuchaba una cierta algarabía de voces que se mezclaba con el ruido de la circulación. Desde luego no éramos los primeros en llegar.

Elena se acerco a una señora para preguntarle y confirmar si los niños y las familias que se arremolinaban por la acera y parte de los jardines era para ir a Valencia. Yo no hacia mas que mirar los rascacielos de la plaza y observar la cantidad de vehículos, coches, motos, autobuses... que subían y bajan incesantemente por la Gran Vía.

Cuando quise darme cuenta, mi hermana estaba tirando de mi. En una mano la maleta y en la otra la mía.

- ¡Vamos venga! Deja de mirar para arriba y ven para acá.

Cuando quise darme cuenta estábamos detrás de gente que se amontonaba con sus niños cogidos de la mano, rodeando a un señor que con papeles y bolígrafo en ristre, tras escuchar los nombres que le daban, este a su vez, repetía el nombre y daba el numero del autocar donde deberían subir a ese niño.

De cuando en cuando, paraba para dar instrucciones a voz en grito:
-¡...Las maletas tienen que darlas al chofer para que se guarden en el maletero del autocar!¡El numero de cada autocar esta puesto en la parte de delante, con un numero en grande...!¡ Los familiares que no se marchen hasta que se hayan ido todos los autocares...!

Ya había algunos autocares aparcados en la acera, uno tras otro y la gente que ya sabia cual era el suyo los recorría hasta localizar el que le habían asignado.

Los conductores organizaban como podían la carga de las maletas, momento tras el cual se sucedían los besos y abrazos de despedida mezclados con las ultimas peticiones de “Pórtate muy bien hijo y escribe todas las semanas... en la bolsa llevas unos bocadillos... que el viaje es muy largo...”. Las lagrimas dejaban verse en mas de una ocasión, mas por parte de los que se quedaban que de los que partían.

Yo no fui menos. Una vez que nos metieron mi maleta en el maletero nos despedimos.

- Pórtate bien Martinillo – susurro mi hermana a la vez que nos dábamos dos besos de despedida – Pórtate bien y ya veras que dentro de nada estas otra vez en casa...

Elena sabia bien que mi preocupación no era tanto el irme como cuanto duraría aquella ausencia.

- Toma, guárdatelo bien – me dijo mientras con discreción me ponía en la mano una moneda de veinticinco pesetas – Toma, los caramelos te los pongo en la bolsa... guarda algunos para mañana.

Con mi bolsa de plástico en la mano, donde mi hermana me había envuelto un par de bocadillos y acababa de meter los caramelos que la dio la señora Mari, subí al autocar.

Arriba, nada mas coronar los tres peldaños de acceso, había otro señor con papeles y bolígrafo en la mano.

- ¿Cuál es tu nombre?
- Martín
- ¿Martín... que mas?

Le respondí esta vez con mi nombre y apellidos mientras, de reojo, veía a mi hermana que permanecía en la acera; siempre a la espera, mirándome con su sonrisa en la boca, mezcla de tristeza, cariño y pena.

- ¡Venga! Búscate un asiento y ya no se puede bajar – Dejándome pasar hacia el interior del autocar, continuo con el que venia detrás de mi - ...¿Cómo te llamas....?

Elena, que no dejaba de seguirme con su mirada y su sonrisa, se acerco hacia la ventanilla del asiento donde me había acomodado, después de meter la bolsa de plástico en la redecilla del asiento de adelante. Allí permaneció hasta que arrancaron los motores y el autocar salió Gran Vía arriba, buscando la carretera de Valencia.

Nos dijimos adiós con las manos y los dos nos sonreímos. A mi su sonrisa me llego como un “Cuídate y suerte”.

Ya no se veían los familiares y todos estábamos sentados, en silencio, mirando el pasar de coches y transeúntes por el recorrido que el autocar estaba haciendo. Se empezaron a oír los primeros llantos. Algunos comenzaron a exteriorizar, lo que seguramente llevaban guardando para si desde hacia algún tiempo: “¡No quiero irme de mi casa!... no quiero estar lejos de los míos...”. ¿Cuántas veces no nos habríamos dicho mentalmente eso desde que recibimos la carta en casa?. Ahora no había vuelta a tras. Ya estábamos camino de Valencia.
(Continuara...)

4 comentarios:

  1. Joder,Joder Martin no me cansare de decirtelo eres muy buen narrador,esto es mejor que cualquier libro de los que yo estoy leyendo,la pena es que para ti sera escribir mucho y para mi leer es poco se me hace siempre muy corto.
    Que pasara a tu llegada a Valencia?????.
    Que bien que te vino la moneda del sr.Julio y los caramelitos de la Mari a que si??? y sobre todo, como no, esa confianza que seguro te daba tu hermana.
    Bueno saludos a todos y porfa escribe ya ,pero ya ,ya ,ya el siguiente capitulo
    felicidades Martin,este libro va a quedar de pm.

    ResponderEliminar
  2. Buenísimo el capitulo, después de leerlo me he puesto a visualizar las escenas que describes, todo se me aparecía en blanco y negro, como la mejor de las películas de buñuel o de berlanga llenas de ternura y de amargura a la vez, pero siempre se me llena la pantalla con “la actriz secundaria” esa actriz que no es protagonista de nada pero esta en todas las escenas, parece que en el fondo la película esta hecha para ella, que sin su actuación nada tendría sentido
    Siempre he tenido claro para quien seria el oscar
    Me bulle el coco,no paro de pensar, de recordar…

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno, pero parece que tienes un coco privilegiado para recordar y para adornar todas las escenas, menudo chollo tengo en casa y sin aprovecharlo tendre que explotarte que te parece.
    Ester la Bienve y yo pensabamos ue ibas a venir y te habiamos preparado un disfrac, para salir las tres pero en vista que no has venido nos hemos ido las dos como lo ves.
    JE SU LIN el Oscar esta clarisimo, esa actriz secundaria que nunca quiso ser protagonista de nada y por circustancias lo fue, que a todo lo que ella hacia le quitaba importancia, y que nunca quiso que se la reconociera pues sin quererlo ahora pensamos mucho en ella y seguira siendo la actriz principal sin saberlo.
    Bienvenida un besito a DANI y otro al CHACHO.

    ResponderEliminar
  4. Aunque me has dicho que te aburre escribir sobre tí, yo te pido que no dejes de hacerlo, porque como has hecho en este capitulo, no solo lo haces sobre tí, sino que tenemos la oportunidad de seguir recordando todo lo que Elena ha hecho por todos nosotros, que razón tienes, como nos conocía a todos, me has hecho recordar con muchísima nostalgia, cuando venía de vacaciones desde al internado en Malaga y despues de toda una noche en un tren de madera llegaba a la estación del ferrocarril y allí estaba ella con esa sonrisa que tu muy bien describes. Que bien lo ha dicho Jesús, nosotros eramos los protagonistas pero sin esta "actriz" y sus actuaciones, nuestras vidas no hubieran sido lo mismo, !SE LO DEBEMOS!

    ResponderEliminar